jueves, 23 de abril de 2015

Mi encuentro con una sobreviviente del Holocausto

Mi encuentro con una sobreviviente del Holocausto.

Mariola entró al consultorio erguida, con la altivez de los que saben tamizarla y separarla de la soberbia. Con una sonrisa a una vez contagiosa y relajada, tal y como si estuviera en un spa, se sentó y sin dejar de sonreír dijo, orgullosa y en un volumen llamativamente alto, que no tenía miedo al dentista. Que después de lo que le pasó ya no le teme a nada.
Además de su nombre y apellido, su aspecto europeo y su acento me hacían presuponer algo, y aunque dudaba si preguntarle o no, la curiosidad pudo mas. Pero nunca imaginé lo que iba a escuchar.
Su relato tuvo la dureza y la potencia ejemplificadora que suelen tener las historias dolorosas. De hecho fue duro, pero, después lo supe, útil.
Había nacido en Polonia unos pocos años antes de que la Alemania nazi de Hitler la invadiera. Como todos los judíos de esa parte de Europa, con 10 años, ella y su familia fueron segregados y discriminados. Más tarde despojados de sus trabajos, sus derechos, sus viviendas ("me sacaron de mi cuarto y de mi cama blanca") y bienes ("incluídas mis muñecas, Las Mariolas"). Y luego deportados y recluidos en un campo de concentración en Alemania. Allí Mariola se enfrentó a la confinación, al hacinamiento, al hambre, al frío, a trabajos forzados siendo una niña; los horrores tantas veces contados. "Lo inentendible". Enfermó de poliomielitis y tifus, ("me dolían mucho las piernas y el oído") lo que la hizo perder la audición pero no las esperanzas: "Yo sabía que íbamos a salir vivos de ahí aunque todos los días mis amiguitos dejaban de venir a mi barrica. Y los amigos de mis padres sólo desaparecían, sin más."
Si bien los primeros días y meses ella pensaba que pronto volverían a casa, al percatarse de que ya era su segundo cumpleaños en el campo de concentración supo que su estadía allí era, si no definitiva, por lo menos prolongada. Y trató de mantenerse alerta y en lo posible alegre como una forma desesperada de aferrarse a la vida en medio de tanta muerte. Luego de dos años encerrados un giro inesperado de las circunstancias lo cambió todo. Un alto comando de las SS cayó gravemente enfermo y fue desahuciado. Se sabía que el padre de Mariola era un médico pionero en nuevos tratamientos. Sin preguntarle demasiado lo llevaron al hospital, donde trató y salvó la vida del jerarca.
Eso hizo que les permitieran salir del campo pero no del país. Temiendo ser encerrados nuevamente luego de que el SS se curara o peor aún, ser asesinados, escaparon del país escondidos en un tren. Luego se tuvieron que separar en un bosque para poder escabullirse. ("comíamos frutos silvestres y hojas y tomábamos agua del río"). Y la angustia de no saber si volverían a juntarse. Y el riesgo de ser descubiertos.  Asi cruzaron fronteras hasta llegar a la parte no ocupada de Francia. De alli decidieron ir a Palestina (que aún no era Israel), donde no fueron bien recibidos por los inmigrantes judíos que ya estaban allí hacía unos años. Me sorprendió la falta de solidaridad ante semejante circunstancia pero ella hoy los entiende: "Ellos nos recriminaban no haber inmigrado antes, que hubo mucho que hacer y por lo que luchar. Y que ellos ya habían hecho mucho, solos y que nosotros ahora la tendríamos fácil. Los comprendo. También estaban en una situación política que era extremadamente inestable. No les guardo rencor."
En eso estaban cuando se enteran de la rendición de Alemania y el fin de la guerra. Entonces emigran a Francia. Y desde la Europa empobrecida y devastada por la guerra emigran hacia la Argentina. "Todos hablaban de aquel lejano país, donde había muchos campos fértiles, mucha comida, poca gente y todo por hacer."
Finalmente acá Mariola conoció al que después fue su marido, "mi compañero y mi todo" por 60 años hasta que la muerte los separó hace 2 años. Ella está agradecida por haberlo conocido, formado una familia y compartido su vida con él. No lo llora.
Jamás vi en alguien la actitud positiva de Mariola. A todo le encuentra algo bueno. Aún a lo doloroso y traumático. Muy culta, habla inglés, francés, alemán, idish e italiano, además obviamente de español y polaco. Sabe muchísimo de historia, música y arte. Y está super informada. Tiene una lucidez y un humor envidiables a sus ochenta (que, coqueta, jamás los admitirá). En medio de su relato me hizo reír varias veces. No se preocupa ni se angustia por nada que no sea importante.
Ese día ya no hubo tiempo de atenderla. Ni quise. Y volví a mi casa totalmente satisfecho, olvidando por completo que estaba encabronado porque me habían aumentado las expensas...

domingo, 27 de mayo de 2012

Inquietud

2.39 am. Aunque mañana, que es lunes y no madrugo, ya debería estar durmiendo, para ordenarme, para no ser un zombie y para cortar el círculo vicioso de dormir tarde y despertar tarde, perdiendo toda la mañana.
Detalles horarios aparte, el motivo por el cual me mantengo despierto y sin poder conciliar el sueño a esta hora es bastante claro el origen. Si, aún habiendo tomado 1,5 mg de clonazepam, el ingrato de Morfeo hoy no quiere venir.
Ya prendí la tele y miré cosas intrascendentes, que como una burla de la mente de repente me empezaron a parecer interesantes los doblajes de televentas de la máquina fabricadora de pan o del rodiilo mágico para pintar la casa.
Me puse a escuchar música, que en ocasiones me relaja, pero tampoco funcionó.
La Hermandad del Honor, de Jorge Fernández Díaz, libro de cuentos heroicos sobre gente anónima como vos o como yo, me terminó atrapando. De modo que revoleé al otro lado del cuarto.
Finalmente, se me ocurrió que escribir a cerca de lo que me pasa sería un drenaje de tanta ansiedad e inquietud, y quizás después de lanzar todo lo que siento que tengo atragantado pueda dormirme en paz.
Luis y Alejandro. Dos nombres que en estos días se volvieron importantes para mí.
Pero en este post voy a hablar sólo de Luis.
A Luis lo conocí hace 3 semanas. Un domingo al mediodía, Ya veníamos hablando por teléfono hacía 15 días. Como suele suceder cuando dos personas se gustan, no sabemos muy bien porqué. Tampoco es que nos lo preguntamos. Solo lo disfrutamos, y mucho.
Creo que es la primera vez que me pasa que tengo tanta piel con alguien, tanta química. Además es muy inteligente, culto, divertido, educado, me siento muy cómodo con él. Y lo curioso es que a él le pasa lo mismo conmigo. Lo dijo él antes que yo, lo que me sirvió para corroborar que era recíproco, gracias a la providencia. Éstas cosas suceden cada año bisiesto
Después del primer encuentro con Luis, todo un domingo, me surgieron muchas dudas. Las lógicas, supongo. Lo volvería a ver? Habrá disfrutado tanto el tiempo como yo?
Los días siguientes, hubo problemas de comunicación conmigo de parte de él, hasta llegué a pensar que ese encuentro había sido todo. De modo que como no contestaba mis mensajes, escuetos por cierto, de buenos días y de cómo estas? decidí hacerle un sutil reproche, agarrándome un poco de su educación y cortesía, ampliamente demostradas. Recogió el guante, me dió la razón y empezó a comunicarse conmigo, lo normal, 1 o 2 mensajes por día.
Siguiente domingo, situación parecida, mas piel aún, mas paseos, mas charlas, mas mimos. Y el comienzo de mi curiosidad por su vida, de la que había soltado poca prenda, a diferencia de mí, que soy mas abierto y mas comunicativo.
Al tercer encuentro dominical, hoy, o mas precisamente ayer, vino mas temprano de lo habitual, ya que el día anterior yo me lesioné la mano en el court y suspendí los partidos de hoy. Entre los llamados para ver cómo estaba (gesto que por supuesto valoré) me había propuesto almorzar juntos. Yo pedí unas empanadas, que llegaron junto con él. Con una cara que a mi me denotó sinceridad dijo: Estoy muy contento por volverte a ver. Las empanadas podían esperar y se enfriaron. Casi 2 hs después las estabamos comiendo.
Después vino la merienda y el paseo.
Y mirar abrazados la gente a través de la ventana, cuerpo a cuerpo, aunque sin connotación sexual explícita. En silencio.
Ante mi invitación de quedarse a dormir la respuesta fue: No, porque no dormiríamos. Mas allá de que suene interesante, mi idea era esa: DORMIR. Dormir con alguien y despertarme con alguien. No fué. No me desesperó. Necesitaba dormir solo de todas maneras.
Luis es un chico de pueblo, con todo lo que eso implica. Un profesional en un pueblo tiene un lugar social muy codiciado. Es una persona a quien se respeta, y a quien se trata con mucha deferencia y dedicación. Lo se por experiencia propia. Él disfruta de eso, y reniega de que acá en Buenos Aires es un NN. Y siente que los porteños lo hacen sentir "de afuera".
Yo no puedo decir lo mismo, si bien no soy una celebridad acá ni mucho menos, me gané un lugar que creo importante. Y jamás sentí que alguien me quisiera dejar de lado por ser del interior. Mas bien todo lo contrario, que si era del interior, era buena gente, dato discutible por cierto. Mas allá de eso, jamas me sentí discriminado y supe abrirme camino y hacerme un círculo social por donde navego como pez en el agua.
Esta situación, y esta mentalidad de pueblo no evolucionada, lleva a Luis a pensar que él en su pueblo jamás podría decir que es gay, ya que eso le significaría el escarnio social. Creo que esta un par de casilleros por detrás mio en estas cuestiones, y lo digo desde la mas absoluta humildad.
Esa misma mentalidad pueblerina, creo yo, le impide pensar en una relación de noviazgo o pareja. Algo que yo sí quiero. Mientras tanto, la verdad sea dicha, somos amigos con derechos. Que nos vemos los domingos y la pasamos muy bien.No se si es lo que quiero, pero como lo disfruto, lo voy a mantener hasta que algo me haga cambiar de opinión.
Hoy, particularmente, él se abrió un poco mas, y me contó mas detalles de su vida. Y cocinó en casa. Y charlamos de política (es abogado), de arte, de historia universal y hasta de mitología griega. Todos los chiches. Hasta me permitió manejar su auto, cosa que yo interpreté como una señal de confianza.
Cómo me siento? Inquieto. Intranquilo, porque me están pasando cosas que hace rato no me pasaban. E ahí el kid de la cuestión. Y el motivo del insomnio. Y la pregunta: ¿Esto en vez de generarme inquietud, no debería generarme una especie de alegría, o sensación de estar contento? Evidentemente, la ansiedad me tapa un poco, porque debo admitir que me siento mejor que antes de conocerlo.
Dos cosas que creo ver: el miedo a enamorarme, y otra peor: el miedo a ser incapaz de enamorarme otra vez.
Se trata, creo, de aprender a disfrutar de la incertidumbre. Del no saber. De pensar que las cosas pueden ser diferentes a las que uno piensa. Para mejor o para peor.
Parece que dió resultado. El sueño llegó.
El post de Alejandro será mañana.
En este momento recuerdo una frase de mi querido viejo: "Animate, dale. El mundo es de los que se la juegan". La voy a tener en cuenta.
Hasta mañana.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Duelo doble, duele doble

Duele.
Diez meses después, recordar aún me duele. Aunque yo pensé que a esta altura sería un tema superado.
Fue la persona con la que, por primera vez pensé un proyecto personal de a dos. Más trascendente que cualquier empresa en la que me pudiera haber embarcado.
Me costó admitir que la herida está abierta todavía.
Hasta acá, soy de las personas a las que una situación difícil primero los paraliza, pero después, aún en medio de la bruma gris intentan buscar soluciones.
La primera alternativa que se me ocurrió es evitar recordar. Como una forma de dejar definitivamente atrás el dolor, pero sólo logré que el recuerdo se volviera más presente.
Si bien hay días que me regodeo en la nostalgia relamiéndome la herida, volviéndola más lacerante;  también me gusta darme cuenta, al mismo tiempo, que quiero que de una vez eso se transforme en cicatriz. Y tengo que admitir además que me cuesta hacer todo ese trabajo. Pero es lo tengo que hacer. Y lo hago.
Lo siguiente que intenté, e intento, es dejar que los recuerdos entren cada vez que golpean la puerta y dejarlos pasar y quedarse el tiempo que quieran. No resistir a sus embates. Con una condición: que no se queden a vivir. Y poder diferenciar Recordar Momentos de Evocar La Tristeza. Dejar que me atraviesen. Porque no es mucho lo que me pueden hacer, excepto entristecerme. Y recapitular, una y otra vez, como un modo de exorcizar el dolor por lo que pasó.
Hechar culpas no me aliviana. Pretender que otro asuma las suyas no me sirve. El hecho de que mis allegados me eximan de responsabilidad alguna tampoco me alivia.
En mi sesión de terapia ví que en el momento aquel, desbarranqué mucho más de lo que pensé. Hoy lo veo. Y entiendo el porqué de estar como estoy. Y entiendo la necesidad también de haber pasado y estar pasando por esta grisitud.
Párrafo aparte merece sin duda el hecho de haber perdido repentinamente a papá en el mismo tiempo. Mi viejo era la única persona de mi familia que me quería incondicionalmente, y que estaba orgulloso de mí. Otra cosa que me costó admitir: que aun siendo adulto, la muerte de un padre te descoloca en la vida. Sobretodo cuando ese Padre es tu mejor amigo en las risas y tu aliado en cuanta contienda surgiera. Perderlo fue perder también sus palabras diarias recordándome su aprobación. Quizás asumir que necesito todavía aprobación sea una forma de empezar a dejar de necesitarla. 
En menos de dos meses, por razones bien diferentes, perdí a las dos personas que eran mi sostén afectivo. Vuelvo a decir: entiendo las razones de estar como estoy. La psicología le pone nombre: duelo. Doble.
Finalmente me encuentro hoy, a 10 meses de la separación, y a 12 de la muerte de mi querido viejo, bancándome lo que yo creo son los coletazos de la tormenta, que ya está amainando. Todavía mi cielo esta gris. Y para ser justo, debo decir que hay días que el sol ilumina mi faz. Mientras, quiero intentar bailar bajo la lluvia. Algo de ritmo tengo. 

miércoles, 23 de marzo de 2011

Con trato

No recuerdo haber firmado ningún contrato existencial. Quizás se firmó por interpósita persona en el extático momento parental de mi concepción. Sospecho que, de existir, en él no dice que todo será fácil. No dice que todo nos será dado. Seguramente dice que lo que queramos o necesitemos lo tendremos que pedir. Nos lo tendremos que ganar. Como cuando de bebés lloramos por teta o por dolor de panza. O por frio. O por calor. O por nada.
Quizás damos por sentado que lo bueno que tenemos es lo que nos correspondía, indiscutiblemente. Quizás estamos tomando el agua sin mirar la fuente.
Quizás se nos quiere decir que al tener algo bueno, el hecho de haberlo pedido le da un valor agregado a ese algo. Quizás la vida quiere que seamos más agradecidos con ella. Por lo que nos da. Acaso a veces inmerecidamente. A veces bien ganado.
En primera persona, a veces, muchas veces, alguna vez, la vida no me es fácil.
A veces la vida es injusta.
A veces es justa.
A veces, solo ES.
Como no quiero que ella me voltee sin retorno, prefiero buscar dentro mío cosas para estar a su altura. Debo tener recursos. Ella me obligó a generármelos. Me sorprendió varias veces.
Prefiero hacer un trato. Es con un trato que puedo fluir. Salir del atasco en el que a veces me meto. La vida me da. Mucho. De todo. Quizás me está pidiendo que le devuelva algo. Últimamente me hizo un par de grandes preguntas. Y quiere respuestas.
Trato. Traté. Trataré de responder. Haciendo. Construyendo. Generando.
Alla voy.

lunes, 21 de febrero de 2011

Ausencias (o cómo aprender a convivir con ellas)


Por estos días mi querido viejo y mejor amigo hubiera cumplido años, 71, para ser mas exactos. Por estos días también se cumple medio año desde que repentinamente nos privara de su graciosa presencia, de su inteligencia y de sus valores.
Es curioso, o quizás no lo es, pero su ausencia me retrotrae a lo que él nos contó de su vida, llena de ausencias. Ausencia de su padre, primero, que cobardemente desapareció antes de que él naciera. Luego, a sus 10 años, una enfermedad que la venció hizo que su mamá también lo dejara, esta vez en contra de su voluntad, dejándolo sin sus abrazos, su consuelo y en total desamparo y huérfano de todas las orfandades posibles. Después, su vida con un hermano presente en el rigor pero ausente en el afecto hizo que dentro de toda esa falta Él, mi padre, a sus 15 años, tomara la valiente y trascendental decisión de irse, de partir, en busca de ni más ni menos que SU VIDA. Con todas en contra, con gente que lo ayudó y otros que le dieron la espalda la peleó, salió adelante, se hizo hombre.
Yo, que siempre tuve padre, madre, casa, comida, abrigo, educación, oportunidades y mucho más de lo que ellos jamás pudieron acceder a tener, no puedo imaginarme ser adolescente y no tener punto de referencia alguno. No tener quién te abrigue. Quién te abrace. Quién sea tu modelo a seguir. Tu fuente de afecto. Quién te alimente, te vista. A quién rendirle cuentas, de lo bueno y de lo no tan bueno. Quién te observe. No lo puedo visualizar. No quiero. Y me pregunto si yo hubiera estado en esa situación qué hubiera hecho. Qué habría sido de mi? No lo se.
Lo que sí se es que la forma en que él hizo su vida tiene que ser un ejemplo para mí, debo ver su vida como eso, como un ejemplo.
A partir de ahí pudo construirse una vida digna, aunque pudo suponerse todo lo contrario. Anduvo y desanduvo muchos caminos. Algunos con un punto de llegada, otros inconclusos. Porque él, al igual que todos nosotros, no pudo andar por la vida sin dejar por ahí ninguna pequeña deuda, y no hablo del vil metal.
Se dedicó a trabajar construyendo casas, a la par de construir su propio destino. Estudió fotografía, que le encantaba.
Las noches lo encontraban cansado, pero listo para cantar tangos. Su vocación, creo yo.
Esas noches de amigos, escenario, vino y aventuras eran su vida, lo fueron por muchos años.

Un día vió a una mujer y decidió sentar cabeza. O quizás habría decidido parar ya con sus noches de juerga y apareció ella. Sea como fuera, se encontraron.

El noviazgo avanzó, hasta el casamiento de rigor y la familia que vendría.

Yo ya presente en su vida, en esa edad en la que todo el mundo está en nuestra contra, padres incluidos, sentía su ausencia, y se lo hacía saber, aunque no con palabras sino con enojos aparentemente sin razón.. Le reprochaba en silencio y le exigía cosas que sentía que como padre debía darme y no me daba: hoy para mí cosas banales, cómo afeitarme o explicarme cómo es que venían los chicos al mundo. Fueron años de desencuentro. De distancia. De muros de hielo entre nosotros. De ignorancia mía, de no saber. De no entender, hasta que un día entendí que si no tuvo modelo a seguir, mal podía ser él un modelo de padre.
Por suerte, con el correr de los años, la vida me premió con uno de los mejores regalos: la oportunidad de reencontrarme con él.
Tuvo la grandeza de aceptarme, de estar orgulloso de mí. Tuvimos la suerte de entendernos, de apoyarnos incondicionalmente, aún desde el desacuerdo. Tuvimos la oportunidad de hablar, de decirnos todo lo bueno, y lo incómodo. Sin filtro. Sin juicios de valor.
Hoy su ausencia provoca un dolor que no cesa, pero se atenúa y se va transformando en la oportunidad, de la que debo hacer uso, de crear un presente y futuro de lucha, tal como fue su vida. Con esperanza. Con optimismo.

Cuesta, pero si lo logro algún día, podré decir, mirando a alguna estrella: Papá,  tal como tu vida, tu muerte no fue en vano.

miércoles, 12 de enero de 2011

El Gimnasio, o la tortura voluntaria

15 de abril de 2004, 1 mes viviendo en Buenos Aires

Sí. Finalmente me decidí. Hace casi un mes que me mudé a Buenos Aires y estoy encantado. Ya empecé a trabajar. Ya me instalé. Me queda una cosa pendiente. El gimnasio.
Después de años de ver Cormillots, Amuchásteguis, Caterine Fulops, y otros especímenes por TV machacándonos día tras día, insisitiendo con las bondades de hacer actividad física, me convencieron. Hoy es el día. Hoy empiezo el Gimnasio. Esa manía de la gente citadina de ir a sufrir a un lugar atestado de gente con cuerpos infinitamente mejores que el propio, donde hace mucho calor, hay música ensordecedora, hay que hacer mucha fuerza, sentir que el cuerpo se te va a romper y para colmo, con la certeza de que los resultados se verán, si es que se ven, dentro de, por lo menos 7 u 8 meses. Bicho extraño el ser humano. Pero ya se sabe. Hacer gimnasia es saludable, afina cuerpos –más no personalidades-, es políticamente correcto, es socialmente bien visto. Afortunadamente, a 50 metros de casa tengo un gimnasio BBB (bueno, bonito y barato), lo cual fue decisivo, porque si hubiera tenido que caminar sólo 100 metros, eso hubiera hecho trizas mi frágil decisión.
Al llegar allí, con el atuendo apropiado, que tuve que salir a comprar ese día, pagar la mensualidad por adelantado, y recibir mi credencial identificatoria, me invitan a conocer las instalaciones del lugar. Bastante bien equipado, buena decoración, varios pisos, ascensor y otros lujitos, que quedan totalmente desdibujados cuando uno empieza sufrir con los abdominales, y las otras abominables máquinas de tortura.
Me presentan al instructor, que, como no podía ser de otro modo, es quien te “instruye” o te “destruye” según se vea, a cerca de cómo llegar a las 10 flexiones sin morir en el intento y si es posible, sin despeinarse ni quedar impresentablemente sudado. El tipo, tan rubio e insípido como fibroso,  nacido en Bielorrusia, un ex -gimnasta profesional en su país, cuyo nombre es Dumak, me mira de arriba a abajo, con un dejo de desprecio y pregunta secamente en un castellano casi inentendible si quiero marcar los músculos,  quemar grasas, crecer la masa muscular, o tonificar.  A lo que contesto muy suelto de cuerpo que me llevo el combo completo. Recibo por respuesta una risita sarcástica y una cara de incredulidad. Allá Él.
Acto seguido, Dumak me escribe en una ficha una “jutina” (lo dice así, con “jota”), que debo seguir cada vez que vaya a la sesión. 10 minutos de cinta, 5 series de 20 abdominales, media hora en los aparatos y para finalizar media hora de cinta otra vez.
Miro a mi alrededor. Veo a algunos bien marcados. Cuerpos trabajados. Estan levantando pesas y barras. Pienso: “A éstos no les hace falta hacer esto”. “A qué vienen?”. “A mostrarse”. El instructor interrumpe esta banal conversación conmigo mismo al grito de “Vamos, vamos!, pilas! pilas!.
Al comenzar a correr en la cinta, siento en mis pantorrillas un ardor insoportable. “Es lo normal”, me consuelo. Tengo una TV enfrente mío a la que ignoro. Trato de no pensar en nada y seguir corriendo. Para mi sorpresa, el fuego en las pantorrillas se me va justo cuando estaba a punto de abandonar y huir despavorido.
Paso a los aparatos. Se ven chicos, chicas y señoras grandes. Mi rutina dice pectorales 3 series de 10, pero al llegar al número 6, siento que la muerte se me viene encima. Pero no, no es la muerte. Es Dumak que viene en mi auxilio. Al mirar a los demás, no dejo que él me ayude, de modo que, por el honor,  en un esfuerzo sobrehumano llego a las 10. Puf.
Ya de nuevo en la cinta, las cosas se hacen más livianas. A mi lado hay una mujer, rubia ella, cuarentona larga. El reloj de la cinta donde corre marca 1 hora y media. Casi me largo a llorar. No puedo con mi genio y le pregunto, casi sin aire, cómo hace para correr tanto. “Lo hago todos los días”, me responde, no sin un aire de superioridad, como si quisiera volver para atrás el reloj biológico a medida que la cinta cuenta vueltas para adelante. Creo que va por buen camino, y la impresión bastante literal de que en la cinta no llegás a ningún lado se desvanece, porque la veo y es una gacela corriendo, ni siquiera resopla y hasta se da el lujo de conversar con el instructor, carcajadas incluidas, sin dejar de correr. Al llegar a los 7 minutos decido que es suficiente por este primer día y presiono el botón stop de la bendita máquina, y al quererme bajar, siento un mareo que casi me estrello contra el piso. Nuevamente acude en mi ayuda el solícito Dumak, quien me explica que es lo normal en estos casos, que camine un poco y se me pasa.
Por el medio del salón una mujer muy linda llama la atención. Preguntando me entero que es la dueña del Gym, Silvia Chediek. Con DNI y cara de 50 pero cuerpo de 20, Silvia es la envidia de todas las chicas que están acá. Lo veo en sus caras.
Llego a casa reptando, arrastrando la mochila, que solo tiene una botellita de agua casi vacía, el celular y las llaves de casa, pero para mí es un container lleno de plomo que llevo colgando del hombro. Cartel en la puerta del ascensor: “No funciona”. Quiero gritar de rabia, pero las pocas energías restantes no me lo permiten. Respiro muy hondo y me dispongo a subir por la escalera los siete pisos hasta mi departamento, no sin antes maldecir al mundo entero en 10 idiomas y 20 dialectos, ante la mirada del inefable vecino, Don José, que está en la misma que yo, salvo por el detalle que vive en el primer piso. “Usted es jóven”, me dice el buen señor éste, “de paso hace gimnasia” me dice con un tono muy paternal, sin imaginarse que de eso vengo.
Apenas me alcanzan las últimas energías para bañarme y entrar en la cama.
Me acuesto. En un súbito ataque de optimismo pienso que, a pesar de todo, esto va a estar bueno, con la ilusión cómoda que con el correr de los días la cosa se va a ir puliendo, y que al llegar al verano la panza mutará en tabla de lavar. También me pregunto si vale la pena el sacrificio solo por tener la panza chata y poderme sacar la remera en la playa sin vergüenza. Antes de poder contestar éstas preguntas, quizás con una respuesta negativa, el sueño llega, oportunamente y por suerte.

sábado, 8 de enero de 2011

Ahora, yo, en versión Blog

Sí sí.
Ahora yo también tengo Blog.
Siempre curioso (mi sobrino Lautaro me dice Jorge, el curioso, que es un dibujito que él mira), primero quise saber qué significa la palabra. Blog. Resultó que, como es usual en inglés, es una contracción de dos palabras. Web y Log. Tan simple como eso.
Luego entré a ver cómo se hace, como se redacta. Creo que es simple también.
Después me pregunté qué me había llevado a querer abrir un Blog. Cosa que nunca antes. Me respondí varias cosas. Siempre me gustó leer y escribir, desde chico. Necesidad de expresar algunas cosas? Quizás. Tal vez haya cosas que no se las cuento a mis amigos ni a mi analista y quieren salir. Las dejo salir entonces, tal vez éste sea el lugar. Ser escuchado? O en este caso, leído? Llegar a ser un ícono del espacio blogger? Esta última posibilidad es la que menos ruido me hace, por lo tanto, y por descarte, creo que es más que nada una necesidad de expresarme. Plasmar en un sitio detalles aparentemente intrascendentes de mi vida cotidiana. Algún pedido para mí o para alguien que necesita algo. Comunicar una noticia linda. Algún dilema que necesita ser resuelto y ante la duda abrir la pantalla a las sugerencias. Contar algo gracioso. Algo entretenido. Algo que me conmovió. Algo que me puso triste. Algo que me/nos informe. Algo que me/nos emocione. Alguna impresión sobre algo. Alguna foto. Aprovechar un repentino brainstorming y escribirlo. Intercambio de ideas, opiniones y puntos de vista. Sumar. Multiplicar.
Espero que salga.