jueves, 23 de abril de 2015

Mi encuentro con una sobreviviente del Holocausto

Mi encuentro con una sobreviviente del Holocausto.

Mariola entró al consultorio erguida, con la altivez de los que saben tamizarla y separarla de la soberbia. Con una sonrisa a una vez contagiosa y relajada, tal y como si estuviera en un spa, se sentó y sin dejar de sonreír dijo, orgullosa y en un volumen llamativamente alto, que no tenía miedo al dentista. Que después de lo que le pasó ya no le teme a nada.
Además de su nombre y apellido, su aspecto europeo y su acento me hacían presuponer algo, y aunque dudaba si preguntarle o no, la curiosidad pudo mas. Pero nunca imaginé lo que iba a escuchar.
Su relato tuvo la dureza y la potencia ejemplificadora que suelen tener las historias dolorosas. De hecho fue duro, pero, después lo supe, útil.
Había nacido en Polonia unos pocos años antes de que la Alemania nazi de Hitler la invadiera. Como todos los judíos de esa parte de Europa, con 10 años, ella y su familia fueron segregados y discriminados. Más tarde despojados de sus trabajos, sus derechos, sus viviendas ("me sacaron de mi cuarto y de mi cama blanca") y bienes ("incluídas mis muñecas, Las Mariolas"). Y luego deportados y recluidos en un campo de concentración en Alemania. Allí Mariola se enfrentó a la confinación, al hacinamiento, al hambre, al frío, a trabajos forzados siendo una niña; los horrores tantas veces contados. "Lo inentendible". Enfermó de poliomielitis y tifus, ("me dolían mucho las piernas y el oído") lo que la hizo perder la audición pero no las esperanzas: "Yo sabía que íbamos a salir vivos de ahí aunque todos los días mis amiguitos dejaban de venir a mi barrica. Y los amigos de mis padres sólo desaparecían, sin más."
Si bien los primeros días y meses ella pensaba que pronto volverían a casa, al percatarse de que ya era su segundo cumpleaños en el campo de concentración supo que su estadía allí era, si no definitiva, por lo menos prolongada. Y trató de mantenerse alerta y en lo posible alegre como una forma desesperada de aferrarse a la vida en medio de tanta muerte. Luego de dos años encerrados un giro inesperado de las circunstancias lo cambió todo. Un alto comando de las SS cayó gravemente enfermo y fue desahuciado. Se sabía que el padre de Mariola era un médico pionero en nuevos tratamientos. Sin preguntarle demasiado lo llevaron al hospital, donde trató y salvó la vida del jerarca.
Eso hizo que les permitieran salir del campo pero no del país. Temiendo ser encerrados nuevamente luego de que el SS se curara o peor aún, ser asesinados, escaparon del país escondidos en un tren. Luego se tuvieron que separar en un bosque para poder escabullirse. ("comíamos frutos silvestres y hojas y tomábamos agua del río"). Y la angustia de no saber si volverían a juntarse. Y el riesgo de ser descubiertos.  Asi cruzaron fronteras hasta llegar a la parte no ocupada de Francia. De alli decidieron ir a Palestina (que aún no era Israel), donde no fueron bien recibidos por los inmigrantes judíos que ya estaban allí hacía unos años. Me sorprendió la falta de solidaridad ante semejante circunstancia pero ella hoy los entiende: "Ellos nos recriminaban no haber inmigrado antes, que hubo mucho que hacer y por lo que luchar. Y que ellos ya habían hecho mucho, solos y que nosotros ahora la tendríamos fácil. Los comprendo. También estaban en una situación política que era extremadamente inestable. No les guardo rencor."
En eso estaban cuando se enteran de la rendición de Alemania y el fin de la guerra. Entonces emigran a Francia. Y desde la Europa empobrecida y devastada por la guerra emigran hacia la Argentina. "Todos hablaban de aquel lejano país, donde había muchos campos fértiles, mucha comida, poca gente y todo por hacer."
Finalmente acá Mariola conoció al que después fue su marido, "mi compañero y mi todo" por 60 años hasta que la muerte los separó hace 2 años. Ella está agradecida por haberlo conocido, formado una familia y compartido su vida con él. No lo llora.
Jamás vi en alguien la actitud positiva de Mariola. A todo le encuentra algo bueno. Aún a lo doloroso y traumático. Muy culta, habla inglés, francés, alemán, idish e italiano, además obviamente de español y polaco. Sabe muchísimo de historia, música y arte. Y está super informada. Tiene una lucidez y un humor envidiables a sus ochenta (que, coqueta, jamás los admitirá). En medio de su relato me hizo reír varias veces. No se preocupa ni se angustia por nada que no sea importante.
Ese día ya no hubo tiempo de atenderla. Ni quise. Y volví a mi casa totalmente satisfecho, olvidando por completo que estaba encabronado porque me habían aumentado las expensas...

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