lunes, 21 de febrero de 2011

Ausencias (o cómo aprender a convivir con ellas)


Por estos días mi querido viejo y mejor amigo hubiera cumplido años, 71, para ser mas exactos. Por estos días también se cumple medio año desde que repentinamente nos privara de su graciosa presencia, de su inteligencia y de sus valores.
Es curioso, o quizás no lo es, pero su ausencia me retrotrae a lo que él nos contó de su vida, llena de ausencias. Ausencia de su padre, primero, que cobardemente desapareció antes de que él naciera. Luego, a sus 10 años, una enfermedad que la venció hizo que su mamá también lo dejara, esta vez en contra de su voluntad, dejándolo sin sus abrazos, su consuelo y en total desamparo y huérfano de todas las orfandades posibles. Después, su vida con un hermano presente en el rigor pero ausente en el afecto hizo que dentro de toda esa falta Él, mi padre, a sus 15 años, tomara la valiente y trascendental decisión de irse, de partir, en busca de ni más ni menos que SU VIDA. Con todas en contra, con gente que lo ayudó y otros que le dieron la espalda la peleó, salió adelante, se hizo hombre.
Yo, que siempre tuve padre, madre, casa, comida, abrigo, educación, oportunidades y mucho más de lo que ellos jamás pudieron acceder a tener, no puedo imaginarme ser adolescente y no tener punto de referencia alguno. No tener quién te abrigue. Quién te abrace. Quién sea tu modelo a seguir. Tu fuente de afecto. Quién te alimente, te vista. A quién rendirle cuentas, de lo bueno y de lo no tan bueno. Quién te observe. No lo puedo visualizar. No quiero. Y me pregunto si yo hubiera estado en esa situación qué hubiera hecho. Qué habría sido de mi? No lo se.
Lo que sí se es que la forma en que él hizo su vida tiene que ser un ejemplo para mí, debo ver su vida como eso, como un ejemplo.
A partir de ahí pudo construirse una vida digna, aunque pudo suponerse todo lo contrario. Anduvo y desanduvo muchos caminos. Algunos con un punto de llegada, otros inconclusos. Porque él, al igual que todos nosotros, no pudo andar por la vida sin dejar por ahí ninguna pequeña deuda, y no hablo del vil metal.
Se dedicó a trabajar construyendo casas, a la par de construir su propio destino. Estudió fotografía, que le encantaba.
Las noches lo encontraban cansado, pero listo para cantar tangos. Su vocación, creo yo.
Esas noches de amigos, escenario, vino y aventuras eran su vida, lo fueron por muchos años.

Un día vió a una mujer y decidió sentar cabeza. O quizás habría decidido parar ya con sus noches de juerga y apareció ella. Sea como fuera, se encontraron.

El noviazgo avanzó, hasta el casamiento de rigor y la familia que vendría.

Yo ya presente en su vida, en esa edad en la que todo el mundo está en nuestra contra, padres incluidos, sentía su ausencia, y se lo hacía saber, aunque no con palabras sino con enojos aparentemente sin razón.. Le reprochaba en silencio y le exigía cosas que sentía que como padre debía darme y no me daba: hoy para mí cosas banales, cómo afeitarme o explicarme cómo es que venían los chicos al mundo. Fueron años de desencuentro. De distancia. De muros de hielo entre nosotros. De ignorancia mía, de no saber. De no entender, hasta que un día entendí que si no tuvo modelo a seguir, mal podía ser él un modelo de padre.
Por suerte, con el correr de los años, la vida me premió con uno de los mejores regalos: la oportunidad de reencontrarme con él.
Tuvo la grandeza de aceptarme, de estar orgulloso de mí. Tuvimos la suerte de entendernos, de apoyarnos incondicionalmente, aún desde el desacuerdo. Tuvimos la oportunidad de hablar, de decirnos todo lo bueno, y lo incómodo. Sin filtro. Sin juicios de valor.
Hoy su ausencia provoca un dolor que no cesa, pero se atenúa y se va transformando en la oportunidad, de la que debo hacer uso, de crear un presente y futuro de lucha, tal como fue su vida. Con esperanza. Con optimismo.

Cuesta, pero si lo logro algún día, podré decir, mirando a alguna estrella: Papá,  tal como tu vida, tu muerte no fue en vano.

1 comentario: