lunes, 7 de noviembre de 2011

Duelo doble, duele doble

Duele.
Diez meses después, recordar aún me duele. Aunque yo pensé que a esta altura sería un tema superado.
Fue la persona con la que, por primera vez pensé un proyecto personal de a dos. Más trascendente que cualquier empresa en la que me pudiera haber embarcado.
Me costó admitir que la herida está abierta todavía.
Hasta acá, soy de las personas a las que una situación difícil primero los paraliza, pero después, aún en medio de la bruma gris intentan buscar soluciones.
La primera alternativa que se me ocurrió es evitar recordar. Como una forma de dejar definitivamente atrás el dolor, pero sólo logré que el recuerdo se volviera más presente.
Si bien hay días que me regodeo en la nostalgia relamiéndome la herida, volviéndola más lacerante;  también me gusta darme cuenta, al mismo tiempo, que quiero que de una vez eso se transforme en cicatriz. Y tengo que admitir además que me cuesta hacer todo ese trabajo. Pero es lo tengo que hacer. Y lo hago.
Lo siguiente que intenté, e intento, es dejar que los recuerdos entren cada vez que golpean la puerta y dejarlos pasar y quedarse el tiempo que quieran. No resistir a sus embates. Con una condición: que no se queden a vivir. Y poder diferenciar Recordar Momentos de Evocar La Tristeza. Dejar que me atraviesen. Porque no es mucho lo que me pueden hacer, excepto entristecerme. Y recapitular, una y otra vez, como un modo de exorcizar el dolor por lo que pasó.
Hechar culpas no me aliviana. Pretender que otro asuma las suyas no me sirve. El hecho de que mis allegados me eximan de responsabilidad alguna tampoco me alivia.
En mi sesión de terapia ví que en el momento aquel, desbarranqué mucho más de lo que pensé. Hoy lo veo. Y entiendo el porqué de estar como estoy. Y entiendo la necesidad también de haber pasado y estar pasando por esta grisitud.
Párrafo aparte merece sin duda el hecho de haber perdido repentinamente a papá en el mismo tiempo. Mi viejo era la única persona de mi familia que me quería incondicionalmente, y que estaba orgulloso de mí. Otra cosa que me costó admitir: que aun siendo adulto, la muerte de un padre te descoloca en la vida. Sobretodo cuando ese Padre es tu mejor amigo en las risas y tu aliado en cuanta contienda surgiera. Perderlo fue perder también sus palabras diarias recordándome su aprobación. Quizás asumir que necesito todavía aprobación sea una forma de empezar a dejar de necesitarla. 
En menos de dos meses, por razones bien diferentes, perdí a las dos personas que eran mi sostén afectivo. Vuelvo a decir: entiendo las razones de estar como estoy. La psicología le pone nombre: duelo. Doble.
Finalmente me encuentro hoy, a 10 meses de la separación, y a 12 de la muerte de mi querido viejo, bancándome lo que yo creo son los coletazos de la tormenta, que ya está amainando. Todavía mi cielo esta gris. Y para ser justo, debo decir que hay días que el sol ilumina mi faz. Mientras, quiero intentar bailar bajo la lluvia. Algo de ritmo tengo. 

miércoles, 23 de marzo de 2011

Con trato

No recuerdo haber firmado ningún contrato existencial. Quizás se firmó por interpósita persona en el extático momento parental de mi concepción. Sospecho que, de existir, en él no dice que todo será fácil. No dice que todo nos será dado. Seguramente dice que lo que queramos o necesitemos lo tendremos que pedir. Nos lo tendremos que ganar. Como cuando de bebés lloramos por teta o por dolor de panza. O por frio. O por calor. O por nada.
Quizás damos por sentado que lo bueno que tenemos es lo que nos correspondía, indiscutiblemente. Quizás estamos tomando el agua sin mirar la fuente.
Quizás se nos quiere decir que al tener algo bueno, el hecho de haberlo pedido le da un valor agregado a ese algo. Quizás la vida quiere que seamos más agradecidos con ella. Por lo que nos da. Acaso a veces inmerecidamente. A veces bien ganado.
En primera persona, a veces, muchas veces, alguna vez, la vida no me es fácil.
A veces la vida es injusta.
A veces es justa.
A veces, solo ES.
Como no quiero que ella me voltee sin retorno, prefiero buscar dentro mío cosas para estar a su altura. Debo tener recursos. Ella me obligó a generármelos. Me sorprendió varias veces.
Prefiero hacer un trato. Es con un trato que puedo fluir. Salir del atasco en el que a veces me meto. La vida me da. Mucho. De todo. Quizás me está pidiendo que le devuelva algo. Últimamente me hizo un par de grandes preguntas. Y quiere respuestas.
Trato. Traté. Trataré de responder. Haciendo. Construyendo. Generando.
Alla voy.

lunes, 21 de febrero de 2011

Ausencias (o cómo aprender a convivir con ellas)


Por estos días mi querido viejo y mejor amigo hubiera cumplido años, 71, para ser mas exactos. Por estos días también se cumple medio año desde que repentinamente nos privara de su graciosa presencia, de su inteligencia y de sus valores.
Es curioso, o quizás no lo es, pero su ausencia me retrotrae a lo que él nos contó de su vida, llena de ausencias. Ausencia de su padre, primero, que cobardemente desapareció antes de que él naciera. Luego, a sus 10 años, una enfermedad que la venció hizo que su mamá también lo dejara, esta vez en contra de su voluntad, dejándolo sin sus abrazos, su consuelo y en total desamparo y huérfano de todas las orfandades posibles. Después, su vida con un hermano presente en el rigor pero ausente en el afecto hizo que dentro de toda esa falta Él, mi padre, a sus 15 años, tomara la valiente y trascendental decisión de irse, de partir, en busca de ni más ni menos que SU VIDA. Con todas en contra, con gente que lo ayudó y otros que le dieron la espalda la peleó, salió adelante, se hizo hombre.
Yo, que siempre tuve padre, madre, casa, comida, abrigo, educación, oportunidades y mucho más de lo que ellos jamás pudieron acceder a tener, no puedo imaginarme ser adolescente y no tener punto de referencia alguno. No tener quién te abrigue. Quién te abrace. Quién sea tu modelo a seguir. Tu fuente de afecto. Quién te alimente, te vista. A quién rendirle cuentas, de lo bueno y de lo no tan bueno. Quién te observe. No lo puedo visualizar. No quiero. Y me pregunto si yo hubiera estado en esa situación qué hubiera hecho. Qué habría sido de mi? No lo se.
Lo que sí se es que la forma en que él hizo su vida tiene que ser un ejemplo para mí, debo ver su vida como eso, como un ejemplo.
A partir de ahí pudo construirse una vida digna, aunque pudo suponerse todo lo contrario. Anduvo y desanduvo muchos caminos. Algunos con un punto de llegada, otros inconclusos. Porque él, al igual que todos nosotros, no pudo andar por la vida sin dejar por ahí ninguna pequeña deuda, y no hablo del vil metal.
Se dedicó a trabajar construyendo casas, a la par de construir su propio destino. Estudió fotografía, que le encantaba.
Las noches lo encontraban cansado, pero listo para cantar tangos. Su vocación, creo yo.
Esas noches de amigos, escenario, vino y aventuras eran su vida, lo fueron por muchos años.

Un día vió a una mujer y decidió sentar cabeza. O quizás habría decidido parar ya con sus noches de juerga y apareció ella. Sea como fuera, se encontraron.

El noviazgo avanzó, hasta el casamiento de rigor y la familia que vendría.

Yo ya presente en su vida, en esa edad en la que todo el mundo está en nuestra contra, padres incluidos, sentía su ausencia, y se lo hacía saber, aunque no con palabras sino con enojos aparentemente sin razón.. Le reprochaba en silencio y le exigía cosas que sentía que como padre debía darme y no me daba: hoy para mí cosas banales, cómo afeitarme o explicarme cómo es que venían los chicos al mundo. Fueron años de desencuentro. De distancia. De muros de hielo entre nosotros. De ignorancia mía, de no saber. De no entender, hasta que un día entendí que si no tuvo modelo a seguir, mal podía ser él un modelo de padre.
Por suerte, con el correr de los años, la vida me premió con uno de los mejores regalos: la oportunidad de reencontrarme con él.
Tuvo la grandeza de aceptarme, de estar orgulloso de mí. Tuvimos la suerte de entendernos, de apoyarnos incondicionalmente, aún desde el desacuerdo. Tuvimos la oportunidad de hablar, de decirnos todo lo bueno, y lo incómodo. Sin filtro. Sin juicios de valor.
Hoy su ausencia provoca un dolor que no cesa, pero se atenúa y se va transformando en la oportunidad, de la que debo hacer uso, de crear un presente y futuro de lucha, tal como fue su vida. Con esperanza. Con optimismo.

Cuesta, pero si lo logro algún día, podré decir, mirando a alguna estrella: Papá,  tal como tu vida, tu muerte no fue en vano.

miércoles, 12 de enero de 2011

El Gimnasio, o la tortura voluntaria

15 de abril de 2004, 1 mes viviendo en Buenos Aires

Sí. Finalmente me decidí. Hace casi un mes que me mudé a Buenos Aires y estoy encantado. Ya empecé a trabajar. Ya me instalé. Me queda una cosa pendiente. El gimnasio.
Después de años de ver Cormillots, Amuchásteguis, Caterine Fulops, y otros especímenes por TV machacándonos día tras día, insisitiendo con las bondades de hacer actividad física, me convencieron. Hoy es el día. Hoy empiezo el Gimnasio. Esa manía de la gente citadina de ir a sufrir a un lugar atestado de gente con cuerpos infinitamente mejores que el propio, donde hace mucho calor, hay música ensordecedora, hay que hacer mucha fuerza, sentir que el cuerpo se te va a romper y para colmo, con la certeza de que los resultados se verán, si es que se ven, dentro de, por lo menos 7 u 8 meses. Bicho extraño el ser humano. Pero ya se sabe. Hacer gimnasia es saludable, afina cuerpos –más no personalidades-, es políticamente correcto, es socialmente bien visto. Afortunadamente, a 50 metros de casa tengo un gimnasio BBB (bueno, bonito y barato), lo cual fue decisivo, porque si hubiera tenido que caminar sólo 100 metros, eso hubiera hecho trizas mi frágil decisión.
Al llegar allí, con el atuendo apropiado, que tuve que salir a comprar ese día, pagar la mensualidad por adelantado, y recibir mi credencial identificatoria, me invitan a conocer las instalaciones del lugar. Bastante bien equipado, buena decoración, varios pisos, ascensor y otros lujitos, que quedan totalmente desdibujados cuando uno empieza sufrir con los abdominales, y las otras abominables máquinas de tortura.
Me presentan al instructor, que, como no podía ser de otro modo, es quien te “instruye” o te “destruye” según se vea, a cerca de cómo llegar a las 10 flexiones sin morir en el intento y si es posible, sin despeinarse ni quedar impresentablemente sudado. El tipo, tan rubio e insípido como fibroso,  nacido en Bielorrusia, un ex -gimnasta profesional en su país, cuyo nombre es Dumak, me mira de arriba a abajo, con un dejo de desprecio y pregunta secamente en un castellano casi inentendible si quiero marcar los músculos,  quemar grasas, crecer la masa muscular, o tonificar.  A lo que contesto muy suelto de cuerpo que me llevo el combo completo. Recibo por respuesta una risita sarcástica y una cara de incredulidad. Allá Él.
Acto seguido, Dumak me escribe en una ficha una “jutina” (lo dice así, con “jota”), que debo seguir cada vez que vaya a la sesión. 10 minutos de cinta, 5 series de 20 abdominales, media hora en los aparatos y para finalizar media hora de cinta otra vez.
Miro a mi alrededor. Veo a algunos bien marcados. Cuerpos trabajados. Estan levantando pesas y barras. Pienso: “A éstos no les hace falta hacer esto”. “A qué vienen?”. “A mostrarse”. El instructor interrumpe esta banal conversación conmigo mismo al grito de “Vamos, vamos!, pilas! pilas!.
Al comenzar a correr en la cinta, siento en mis pantorrillas un ardor insoportable. “Es lo normal”, me consuelo. Tengo una TV enfrente mío a la que ignoro. Trato de no pensar en nada y seguir corriendo. Para mi sorpresa, el fuego en las pantorrillas se me va justo cuando estaba a punto de abandonar y huir despavorido.
Paso a los aparatos. Se ven chicos, chicas y señoras grandes. Mi rutina dice pectorales 3 series de 10, pero al llegar al número 6, siento que la muerte se me viene encima. Pero no, no es la muerte. Es Dumak que viene en mi auxilio. Al mirar a los demás, no dejo que él me ayude, de modo que, por el honor,  en un esfuerzo sobrehumano llego a las 10. Puf.
Ya de nuevo en la cinta, las cosas se hacen más livianas. A mi lado hay una mujer, rubia ella, cuarentona larga. El reloj de la cinta donde corre marca 1 hora y media. Casi me largo a llorar. No puedo con mi genio y le pregunto, casi sin aire, cómo hace para correr tanto. “Lo hago todos los días”, me responde, no sin un aire de superioridad, como si quisiera volver para atrás el reloj biológico a medida que la cinta cuenta vueltas para adelante. Creo que va por buen camino, y la impresión bastante literal de que en la cinta no llegás a ningún lado se desvanece, porque la veo y es una gacela corriendo, ni siquiera resopla y hasta se da el lujo de conversar con el instructor, carcajadas incluidas, sin dejar de correr. Al llegar a los 7 minutos decido que es suficiente por este primer día y presiono el botón stop de la bendita máquina, y al quererme bajar, siento un mareo que casi me estrello contra el piso. Nuevamente acude en mi ayuda el solícito Dumak, quien me explica que es lo normal en estos casos, que camine un poco y se me pasa.
Por el medio del salón una mujer muy linda llama la atención. Preguntando me entero que es la dueña del Gym, Silvia Chediek. Con DNI y cara de 50 pero cuerpo de 20, Silvia es la envidia de todas las chicas que están acá. Lo veo en sus caras.
Llego a casa reptando, arrastrando la mochila, que solo tiene una botellita de agua casi vacía, el celular y las llaves de casa, pero para mí es un container lleno de plomo que llevo colgando del hombro. Cartel en la puerta del ascensor: “No funciona”. Quiero gritar de rabia, pero las pocas energías restantes no me lo permiten. Respiro muy hondo y me dispongo a subir por la escalera los siete pisos hasta mi departamento, no sin antes maldecir al mundo entero en 10 idiomas y 20 dialectos, ante la mirada del inefable vecino, Don José, que está en la misma que yo, salvo por el detalle que vive en el primer piso. “Usted es jóven”, me dice el buen señor éste, “de paso hace gimnasia” me dice con un tono muy paternal, sin imaginarse que de eso vengo.
Apenas me alcanzan las últimas energías para bañarme y entrar en la cama.
Me acuesto. En un súbito ataque de optimismo pienso que, a pesar de todo, esto va a estar bueno, con la ilusión cómoda que con el correr de los días la cosa se va a ir puliendo, y que al llegar al verano la panza mutará en tabla de lavar. También me pregunto si vale la pena el sacrificio solo por tener la panza chata y poderme sacar la remera en la playa sin vergüenza. Antes de poder contestar éstas preguntas, quizás con una respuesta negativa, el sueño llega, oportunamente y por suerte.

sábado, 8 de enero de 2011

Ahora, yo, en versión Blog

Sí sí.
Ahora yo también tengo Blog.
Siempre curioso (mi sobrino Lautaro me dice Jorge, el curioso, que es un dibujito que él mira), primero quise saber qué significa la palabra. Blog. Resultó que, como es usual en inglés, es una contracción de dos palabras. Web y Log. Tan simple como eso.
Luego entré a ver cómo se hace, como se redacta. Creo que es simple también.
Después me pregunté qué me había llevado a querer abrir un Blog. Cosa que nunca antes. Me respondí varias cosas. Siempre me gustó leer y escribir, desde chico. Necesidad de expresar algunas cosas? Quizás. Tal vez haya cosas que no se las cuento a mis amigos ni a mi analista y quieren salir. Las dejo salir entonces, tal vez éste sea el lugar. Ser escuchado? O en este caso, leído? Llegar a ser un ícono del espacio blogger? Esta última posibilidad es la que menos ruido me hace, por lo tanto, y por descarte, creo que es más que nada una necesidad de expresarme. Plasmar en un sitio detalles aparentemente intrascendentes de mi vida cotidiana. Algún pedido para mí o para alguien que necesita algo. Comunicar una noticia linda. Algún dilema que necesita ser resuelto y ante la duda abrir la pantalla a las sugerencias. Contar algo gracioso. Algo entretenido. Algo que me conmovió. Algo que me puso triste. Algo que me/nos informe. Algo que me/nos emocione. Alguna impresión sobre algo. Alguna foto. Aprovechar un repentino brainstorming y escribirlo. Intercambio de ideas, opiniones y puntos de vista. Sumar. Multiplicar.
Espero que salga.